jueves, 15 de enero de 2015

¿Existe un sólo modelo de educación al aire libre?


En estos tiempos que corren se incide mucho sobre la importancia entre la educación infantil y el contacto con la naturaleza. Se empieza a hablar tímidamente de pedagogía del bosque o pedagogía del aire libre, en clara alusión a las corrientes germana (Waldpädagogik) o escandinava (Utomhuspedagogik), respectivamente. Muchos son los maestros que están acercando a los niños a la naturaleza, bien saliendo con más frecuencia al aire libre, bien introduciéndola en el aula mediante el cultivo de huertos, el cuidado de animales, la propuesta de experimentos, etc.. Más raros son los proyectos que, como Saltamontes, ofrecen un contacto integral con la naturaleza, en los que ésta es de hecho el espacio de referencia de los niños. Asunto que conlleva de por sí retos muy importantes, pero que no son objeto de esta contribución y que por ello dejaré de momento al margen. Pero la cuestión no acaba ahí. La simple permanencia en la naturaleza o el uso de materiales que ofrece la misma, no pasaría de ser una “didáctica del aire libre”, que desde tiempo ha se viene aplicando en el ámbito informal de los campamentos o los grupos scout, por ejemplo. La naturaleza, en esos casos, sería un escenario o una herramienta; diferentes a los convencionales, sí, pero con un objetivo ulterior afín al statu quo. En la pedagogía al aire libre sensu stricto, la naturaleza constituye un elemento esencial en la educación, siendo protagonista y no sólo coadyuvante o catalizador del aprendizaje diario de los niños. Dentro de ella, cabe distinguir diversas corrientes. La más habitual nos enseña a tratar con respeto a la naturaleza, a gestionarla con inteligencia y a apreciarla con afecto. El ser humano adquiere la condición de gestor, de responsable del devenir de lo natural, desde una perspectiva antropocentrista y con un trasfondo ético humanista, diríase incluso paleocristiano. Un paso más allá va la corriente que bebe de la llamada Friluftsliv escandinava, con la que nos identificamos en Saltamontes. Este paradigma filosófico, fuertemente enraizado en las sociedades nórdicas, y cercano al movimiento de la ecología profunda (deep ecology) que llegó desde EEUU hace algunas décadas, pone al hombre en términos de igualdad con la naturaleza. El ser humano forma parte de la misma y debe actuar con respeto hacia ella no sólo por una (auto-)imposición moral, sino porque ello significa lisa y llanamente respetarse a sí mismo. Se trata de un compromiso con nuestra propia existencia que hunde sus raíces en nuestra doble condición de ser vivo e inteligente. Si yo mismo soy naturaleza, cómo he de tratarla entonces…. Los niños que reciben educación en estos valores viven la naturaleza con plenitud y con integridad porque ha pasado a formar parte de ellos. Son una misma cosa y por tanto no llegan siquiera a cuestionarse qué o cómo deben actuar frente a ella. Así, como se puede ver, hay muchas formas de educar al aire libre. Todas ellas válidas, pero con unas diferencias que es esencial saber distinguir.

Katia Hueso
Cofundadora del proyecto Saltamontes y docente universitario en sostenibilidad, medio ambiente y educación al aire libre

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